Calzaba fierro, todavía, cuando llegó a la casa y la miró. El pelo sedoso, negro como ala de cuervo. La piel oscura, delicada, suave.
- Ya no hablamos nunca.
- En algún momento, me dejó de hacer falta hablar. Y pasé solamente a necesitarte.
- ...
- ...
El silencio se hizo inllevable. Él desenfundó, apoyó la .40 en la sien, y gatilló. La sangre caliente salpicó la pila informe, descuidada, iracunda, de la ropa que ella apresuradamente metía en una valija.
domingo, 25 de abril de 2010
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